
El coro de la Pietá alcanzó su
mayor prestigio con la llegada del maestro Antonio Vivaldi, apodado El Presto
Rosso por ser un sacerdote pelirrojo. Con el correr de los años, el profesor Vivaldi
se convirtió en un talentoso compositor y al mismo tiempo que varias de sus
discípulas fueron alcanzaron fama como solistas de sus composiciones.
Tal es el caso de Anna Girau, la
joven protegida y, por algunos considerada la amante del maestro. Anna, junto
con su hermana enfermera, lo acompañaba a Vivaldi en casi todas sus giras no
sólo porque formaba parte del grupo, sino porque cuidaba de su precaria salud.
El Preto Rosso era asmático y, debido a su
dolencia, en más de 25 años se negó a dar misa. Pero tanto sus faltas con el
clero como sus escarceos amorosos no interrumpieron su ascendente carrera como
músico. La Venecia de Vivaldi era muy permisiva, y el oropel de sus cúpulas como
el embeleso de sus máscaras sabía esconder todo aquello que molestaba.
Algo parecido ocurría con las primorosas
voces del coro
que además de cantar música sacra en la Iglesia, solían compartir otros
escenarios menos decorosos, pero más divertidos donde el mismo público
(preferentemente masculino) que las aplaudía en el Conservatorio, las aceptaba sin
mayores miramientos.
La República de Venecia fue
por aquel entonces, la ciudad de la música, el lujo y el desenfado concedió a
las féminas de ciertos derechos que lamentablemente el advenimiento de nuevos horizontes
no les permitieron mantener.
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