¿Era Lucrecia Borgia la viuda negra del Vaticano?

 


La figura maleable de Lucrecia, rodeada siempre por ese halo de fastuosidad y lujuria que se respiraba en los Estados Pontificios ha sido fuente de inspiración para poetas, dramaturgos, novelistas y cineastas convirtiéndola en una femme fatale, en una envenenadora serial.

 Nada más lejos de la realidad.

¿Pero quién fue, entonces,  esta joven mujer culta, bella, elegante y portadora de un apellido maldito?

La entrada en escena  

Lucrecia nació como la anteúltima hija del cardenal Rodrigo Borgia y de Vannozza Cattanei , su amante, que mientras lo acompañó en su carrera política y eclesiástica, le dio cuatro hijos. Con ellos y algunos sobrinos conformaría, más tarde, el Clan Borgia.


Poco se sabe de la primera infancia de la joven Lucrecia; pero sí que a sus doce años era una carta de triunfo  para el arriesgado juego de las alianzas matrimoniales del cardenal Rodrigo Borgia. Trasladada al Palacio de Santa María in Pórtico, Lucrecia recibió las bases de una educación humanística que alcanzó su mayor esplendor al final de su vida, además de poliglota sintió especial interés por la cultura grecolatina y la poesía.   


 
La Señora de Pesara

Convertido ya en el flamante Papa Alejandro VI, las aspiraciones de Rodrigo Borgia fueron más allá de establecer alianzas con feudos españoles.  El reino de Nápoles y el ducado de los Sforza en Milán eran más ventajosos para la dinastía que pretendía construir.

Escudo del Reino de Nápoles
                                 Escudo de los Sforza 

Finalmente sus aspiraciones se decantaron por los milaneses y Giovanni Sforza, Señor de Pesara, viudo de veintisiete años se desposó con su hija Lucrecia de tan sólo catorce. 


Aunque ya casada, Santa María in Pórtico seguiría siendo, por mandato del Papa, el lugar fijo de residencia de Lucrecia, situación que provocó el abandono de su marido al poco tiempo. 

Palacion de Santa María in Pórtico

 La desdichada esposa se refugió en el convento de las monjas dominicas para evitar la humillación; pero su padre, que ya tenía los ojos puestos en una nueva alianza con el Reino de Nápoles, trató a su yerno de impotente e hizo redactar un documento para que ambos firmaran la no consumación del matrimonio. 

La dama y el mensajero.

Confinada por su propio voluntad en el convento, Lucrecia no quiso recibir a su padre. Esto obligó al Papa enviar a un mensajero para que la persuadiera de firmar aquel falso escrito. Es muy probable que, seducida por los encantos del mandadero, no sólo firmase el documento, sino que también se acostara con él.  La breve historia de amor terminó con el asesinato del mensajero en manos de César y el embarazo de la esposa impoluta. 


 El hijo parido por Lucrecia fue reconocido más tarde como hijo del propio Alejandro VI. Los primero rumores de incesto ya corrían por dentro y fuera de los muros del Vaticano. 

La duquesa de Bisceglie

El nuevo esposo de Lucrecia fue elegido por su hermano César. Alfonso de Aragón y Salerno era un joven de diecisiete años perteneciente al Reino de Nápoles.



 El Papa selló el nuevo matrimonio otorgando a la joven pareja el ducado de Bisceglie, aunque su residencia debería seguir siendo el Palacio de Santa María in Pórtico en Roma.

La atenta vigilancia de los Borgia sobre los movimientos del nuevo yerno, se agudizó cuando los vientos dejaron de ser favorables para los napolitanos. El joven Alfonso, convencido de que iba a ser envenenado, decidió también fugarse; pero esta vez osó pensar que podía llevar a su legítima esposa. Lamentablemente la filosa espada de su cuñado César le impidió concretar su plan. 


Esta vez las sospechas del incesto recaían en el primogénito del Clan Borgia. Aunque el verdadero propósito era dejar libre a su hermana para una nueva alianza matrimonial. 

La duquesa de Ferrara

El asesinato de su esposo y las simulaciones de su familia, hundieron a Lucrecia en un luto riguroso y un ostracismo profundo hasta que las afectuosas y conciliadoras cartas de su padre la convencieron de regresar a Roma. 



Un nuevo matrimonio se gestó para Lucrecia, pero esta vez los Borgia tuvieron la deferencia de preguntarle primero. La debacle del Clan estaba próxima y el Papa deseaba emparentarse con una familia de abolengo: la familia Ferrara, encabezada por Hércules de Este fue la elegida. 


El precio de la dote fue el más alto que Alejandro tuvo que pagar para concretarla. Alfonso, hijo del duque de Este fue el consorte.  La llegada de Lucrecia a la casa Ferrara despertó cierto recelo; pero su conducta moderada, su sobriedad y su interés por llevar la cultura humanística a la corte levantaron toda sospecha infundada. 


Con el asesinato de su padre y su hermano, los oscuros nubarrones, que en ocasiones la  asolaban desaparecieron y así Lucrecia permitió dar rienda suelta a una personalidad amordazada por tantos años.

Las ausencias de su esposo, como hombre de armas, la afianzó en su condición de señora de Ferrara. Supervisó la educación de sus hijos, resolvió cuestiones domésticas y se rodeó de poetas y artistas que dieron al ducado un esplendor que nunca había conocido. 

Ducado de Ferrara


 La muerte la sorprendió después de su último parto. Y, sin ella, la dinastía de los Borgia se fue desdibujando lentamente para dar paso a una serie de leyendas negras que calaron fuerte en el imaginario colectivo de la posteridad.


 
 La figura de Lucrecia formó parte de esa trilogía maldita, producto de la tradición y la ficción literaria hasta que la historia decidió reivindicarla.

                                   







                              


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