Hady Lamarr, una mujer cuyo coeficiente intelectual valía el doble de su belleza


Hedwig Kiesler nació en 1914 en el seno de una familia judía de la alta sociedad vienesa. De pequeña era una niña prodigio que manifestaba tanto su interés por las matemáticas como por los idiomas. A los 15 años, finalizó sus estudios secundarios con la intención de seguir ingeniería; pero la impronta machista que regía su época le obstaculizó su carrera intelectual para abrirle el camino de la cinematografía  en honor a su belleza. En 1933, protagonizó Éxtasis,  una película escandalosa para la época que la presentaba desnuda en medio de la naturaleza.


 Sin embargo, a pesar de su erotismo, su éxito fue opacado por King Kong que se estrenó el mismo año y cautivó al público con los primeros efectos especiales. Por otra parte, su flamante marido el fabricante de armas filonazi Friedrich Mandl confiscó la mayor cantidad de copias de ese celuloide dirigido por Gustav Machaty y la recluyó en el castillo Scholoss Scwarzenau. Sin embargo, la indómita Hedy aprovechó ese tiempo de encierro para convertirse en espía al informar, a los aliados, sobre las últimas novedades armamentistas de los alemanes.


Poco antes de la invasión nazi a Asutria, pudo huir hacia París, luego Londres y finalmente Estados Unidos donde se convirtió en estrella de Hollywood. Si bien su reconocimiento llegó de la mano de la sensual Dalila con el film Sansón y Dalila de 1949, coprotagonizado por Victor Mature,


 ella  confiesa, en sus memorias, el grave error de rechazar dos propuestas que catapultaron a la fama, en su lugar, a  lngrid Bergman, Casa Blanca, en 1942 y Luz de gas en 1944.  

Pero, Lamarr, por aquel entonces, estaba muy compenetrada con la Segunda Guerra Mundial y el sufrimiento de los judíos europeos en mano de los nazis, entre ellos, su madre. De modo que, junto al compositor musical George Antheil, con quien compartían el mismo talento creativo, dedicaron gran parte de su tiempo a la invención de un sistema secreto de comunicaciones, una técnica encriptada e ideada para dirigir torpedos contra los nazis sin que ellos los interceptasen en sus radares a través de un sistema que llamaron "salto de frecuencia".


 Lamentablemente, y a pesar de haber cedido gratuitamente la patente al gobierno americano, las autoridades de la época no le dieron crédito y lo archivaron. Por otro lado, el Consejo Nacional de Inventores de los Estados Unidos le sugirió  vender bonos de guerra como lo habían hecho ya Rita Hayworth y otras divas de la época.  Era la segunda vez que la voz masculina imperante le señalaba cuál era el talento que debía explotar en beneficio propio.

Sin embargo, su invento se rescató durante la Guerra de los Misiles en 1962, aunque recién, con el desarrollo de la tecnología inalámbrica a finales del siglo XX,  resurgió y contribuyó notablemente en  el desarrollo de los sistemas de  Wi Fi, GPS y Blluetooth. 

En la actualidad, resarciendo el agravio cometido, se propuso que el 9 de noviembre, fecha del natalicio de Hedy Lamarr, sea designado  Dia Internacional del Inventor; pero el séptimo arte que llevó a la pantalla la vida de Alan Turing en El código enigma (1914)   tiene aún  una asignatura pendiente con esta aguerrida belleza de los años cuarenta que con su inteligencia y creatividad sentó las bases de la tecnología actual.



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