Hay cariños que matan

 Hay cariños que matan

Una frase muy apropiada para definir la relación que la reina Victoria de Inglaterra, conocida como la abuela de la realeza europea, tenía con su cara nieta Alexis de Hess tan cercanas en su prestancia como distantes en su instinto maternal. 


                                                                            
      Aun siendo la predilecta, la reina no pudo evitar transmitirle su sangre maldita que enlutó a las realezas de Rusia, Prusia, España y la propia Inglaterra: la hemofilia.     


                                                                        
Sin embargo, su legado no fue causa de angustia para la soberana quien trató como un inválido a Leopoldo, el menor de sus hijos, que había nacido con la enfermedad. Solía decir de él: Es un niño muy poco agraciado y terriblemente torpe.  


Posiblemente su propia educación, la llevó a concebir la maternidad como una cuestión de Estado, un deber imprescindible para la continuidad del trono. Odiaba sus estados de preñez y detestaba la lactancia. Más que madre fue una cancerbera de sus nueve hijos a quienes pretendía manejar como peones de un tablero de ajedrez. 


Alix de Hesse era la sexta hija de la princesa Alicia del Reino Unido y el Gran Duque de Hesse, Luis IV. Con tan sólo seis años, la difteria se llevó a sus padres y, conmovida por la orfandad de la pequeña, Victoria se hizo cargo de ella.  



Ambas sostuvieron un vínculo tan estrecho que la reina no tuvo más remedio que aceptar al zarévich Nicolás de Rusia como futuro esposo de su nieta con todo lo que ello implicaba para Inglaterra.  



En el día de su boda,  la princesa Alix de Hesse se convirtió en la emperatriz Alejandra Fiodorovna de Rusia, sólo que su coronación no fue el final de un cuento de hadas, sino el preámbulo de una tragedia que comenzó con el nacimiento de su único hijo, el hemofílico Aleksei y terminó en una pesadilla cuando el siniestro monje Rasputín apareció en escena.



“No pueden desterrar a Rasputín, porque si Aleksei muere, el zar será el asesino de su propio hijo” gritó en una de sus crisis. 


El amor de madre y la desesperación frente a lo inevitable, socavó el buen juicio de la zarina y contribuyó involuntariamente a acelerar la caída de la Casa Romanov.  


Alix de Hess fue la tan mimada como desdichada nieta de una abuela todopoderosa que no pudo hacer nada por salvarla de su nefasto destino. 


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