Si de preservar la juventud se trata, ¿ el fin justifica los medios?


 Elizabeth Báthory, la condesa de los Cárpatos.

En la época de Rodolfo II, emperador del Sacro Imperio Romano Germánico, vivió una  joven húngaro que lo había cautivado tanto a él como a muchos de sus fieles servidores por su inquietante belleza. Su nombre era Elizabeth Báthory, condesa del castillo de Cachtice.

Viuda, sensual y caprichosa era incapaz de sentir amor por alguien ajeno a su persona. Vivía en un torbellino de pasiones insustanciales que tan sólo aumentaban su narcisismo.



Un día, mientras cabalgaba con uno de sus admiradores por los bosques aledaños a su castillo, se cruzó con una anciana tan fea y sucia que su repugnancia no tardó en manifestársela. Pero la respuesta de la anciana no se hizo esperar: En mí, algún día te verás reflejada.

Elizabeth jamás pudo superar esa maldición y, a partir de ese momento, sólo vivió para apaciguar su desasosiego buscando el elixir de la juventud eterna. 



Así es como se rodeó de personajes oscuros, practicantes de la magia negra y la necromancia. 



Por consejo de estos macabros seres, se convenció que, sólo sumergiéndose en la sangre fresca de doncellas jóvenes, su cuerpo no perdería la lozanía.  El castillo de Cachtice se convirtió de ese modo en un oscuro y tenebroso sitio donde periódicamente la condesa realizaba sus rituales. Primero se servía de bañeras, luego de jaulas y finalmente de estatuas huecas llenas de puntas cortantes. 



Como las víctimas eran jóvenes pueblerinas, Elizabeth Báthory no dejó de frecuentar los salones de la alta nobleza ni de disfrutar de espectáculos importantes. Sin embargo, una noche, en Viena, conoció a una joven y bella húngara, cuya dulce voz era conocida en todo el imperio. La envidia, los celos, la perfidia fueron más fuertes que el riesgo que corría invitándola a su castillo.   El sacrificio de la famosa cantante reavivó las sospechas que su proceder ya levantaba desde hacía tiempo y finalmente fue apresada.

    



La tradición en la región de los Cárpatos de empalizar a los criminales no fue la pena que recibió, pero su castigo tenía connotaciones similares. Elizabeth fue encerrada en su propio castillo y todas las aperturas tapiadas rigurosamente. El tiempo, la maleza y el abandona se encargaron de ella.



 
En el 2008, la historia de la condesa de Báthory fue llevada al cine para incrementar la profusión de películas de vampiros en la que poco tiene de historia y mucho de mito y ciencia ficción. 




Diana de Poitiers, la condesa de la belleza áurea



El elixir de Diana Poitier no fue resultado de un acto sangriento en detrimento de  jóvenes doncellas, sino muy por el contrario de un tratamiento a base de extracto de oro que, si bien la mantuvo bella hasta sus 67 años, envenenó su organismo fatalmente.

Diana de Poitiers había nacido en 1499 en el seno de una encumbrada familia de la aristocracia francesa. Siguiendo las costumbres de la época, Diana fue casada a los 15 años con el conde de Normandía, quien tenía edad para ser su abuelo.  Sin embargo, la joven respetó tanto a su esposo como a su matrimonio y lo afianzó con el nacimiento de dos hijos.

 Con los años, su viudez y las dificultades por las que atravesaba la corona francesa, produjeron un cambio importante en su estilo de vida. Tomando como modelo a la diosa Artemisa, eligió el blanco y el negro como colores básicos de su vestuario y la antorcha invertida en su estandarte.


Reinventándose a sí misma, se retrató como Diana, la cazadora, e inició una vida estrictamente metódica basada en la disciplina física, era una avezada amazona, y la alimentación natural.  Con su belleza, su cultura y sus exquisitos modales cautivó al joven delfín Enrique II. 



 Un halo de misterio sacro la envolvió al punto de comenzar a obsesionarse por su belleza y, aconsejada por algún chamán del entorno comenzó a ingerir una pócima con extracto de oro. Su elixir conservó hasta sus últimos días su tersura; pero lentamente fue envenenando su delgado cuerpo hasta caer en una anemia irreversible. 


En el año 2008, Phillipe Chardier,   un médico antropólogo francés y su equipo inhumaron su cuerpo de una fosa común y, por señas indiscutibles, reconocieron que se trataba de su osamenta. Al examinar sus restos hallaron gran cantidad de oro entre sus huesos.

 Su vida fue llevada al cine de Hollywood de mediados del siglo XX, protagonizada  por la bella  Lana Turner en Astucia de mujer



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