El milagro jacobeo sostiene que tras el martirio del Apóstol Santiago, su cuerpo llegó providencialmente a Iría Flavia, Galicia, en el Finisterre, lugar donde se creía terminaba el mundo.
Los reinos del norte, Galicia
y Asturias, estaban replegados por el poderío del califato de Córdoba y
agredidos frecuentemente por los saqueadores vikingos y visigodos. El hallazgo
del sepulcro en el siglo IX fue un acontecimiento importante no sólo desde el
punto de vista religioso, sino también
geopolítico.

Dicho descubrimiento, tomado como una señal
del cielo, fue comunicado al rey Alfonso
II de Asturias. El monarca más interesado en lo mundano que en lo milagroso,
ordenó la construcción de una pequeña capilla sobre el sepulcro.

Ese camino hacia la tumba de Santiago, se convirtió con los siglos en un movimiento continuo no sólo de fe, sino de corrientes artísticas y filosóficas, además de un importante motor de desarrollo social, económico y urbanístico.
La
mitificación de las piedras formaba parte de la cultura gallega mucho antes de
este hallazgo y con la veneración del sepulcro del Apóstol Santiago, de algún
modo la Iglesia fusionó lo pagano con lo místico. El pedrón que se encuentra en
la Iglesia de Padrón había sido en principio un monolito pagano dedicado a
Neptuno donde más tarde la Iglesia de Roma grabó una cruz y lo convirtió en un
símbolo de la tradición jacobea.
Novelistas como Paloma
Sánchez-Garnica con El alma de las piedras y Jesús Sánchez Aladid con El mozárabe contribuyeron a popularizar y enriquecer con sus investigaciones el
mito Jacobeo.
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